“La droga puede ser un camino que te lleva poco a poco a la muerte, llega un momento en el que te consumes en un círculo vicioso y te hace agonizar”. Esto es lo que dice Carlos con su voz entre cortada y con la respiración lenta mientras consume marihuana en un parque cerca a su casa.
Por: Neyder Jhoan Salazar
El consumo de droga es un mal negocio en medio de un largo camino que podría desencadenar en un trágico episodio. En este camino se entrelazan tres historias de personajes con vidas diferentes que no se conocen pero se cruzan en el consumo de drogas conocidas como “ilícitas”, en los fines de semana en las noches de Neiva en un recorrido que puede ser un eterno viaje a la muerte.
A las 10.30 de la noche de un viernes Germán camina entre la Zona Rosa junto a carros con el baúl abierto y el sonido de la música que retumba, son múltiples melodías que se mezclan entre los diferentes sitios de rumba. Ahí están hombres elegantes compartiendo con despampanantes mujeres quienes reparten aguardiente y sostienen sus cervezas en la mano. También está Germán, un habitante de la calle que parece no desentonar, aun así sus zapatos rotos y su ropa de segunda no muy bien organizada lo delata. Se acerca a las personas, les pide trago y algunas monedas. Pero no puede acercarse a todos, alguien podría reaccionar mal a su presencia y agredirlo. Su forma de expresarse hace percibir que tuvo oportunidades para salir adelante pero cayó al mundo de las drogas. Este personaje tan simpático y buen hablador afirma haber sido locutor y se declara parte de la familia de adictos como resultado de la mala educación de la sociedad.
Él camina tranquilo porque no ha robado ni delinquido, no obstante sostiene que está expuesto a peligros que ha logrado enfrentar en la calle desde hace 23 años. Con estas palabras se refiere a la calle y a la droga como “una selva de cemento y de fieras salvajes…” así como suena la canción que interpreta Héctor Lavoe que su letra más adelante agrega: donde quiera te espera lo peor. Sus noches son largas, una bohemia entre el licor, la marihuana y la cocaína que disfruta en su caminata con canto o recitando un monologo en voz alta y por el que se ha ganado la fama de loco. Con una alegría en su rostro y con palabras a gritos dice mientras camina por un costado de la calle “la vida es mejor recorrerla libre, volar…” a su vez estira los brazos, y se pierde a la vista entre la oscuridad y el ruido inevitable del sector.
A las 11 de la noche Alfredo pasa por el mismo sector de la Zona Rosa, con una mochila terciada donde guarda un paquete de cigarrillos, manillas y escapularios que él mismo elabora entre semana para venderlos el fin de semana a las personas que disfrutan de la rumba. Él tenía una vida perfecta, a sus 19 años hacía curso para capitán del ejército, pero su mundo y pasión por la marihuana lo llevó a abandonar su carrera. Ahora Carlitos como se conoce tiene 30 años es delgado, de 1.75 y sus facciones física lo podrían caracterizar como un consumidor de droga, efectivamente son las cicatrices del consumo excesivo de marihuana que posan en su cuerpo.
Acceder a sus pretensiones y comprarle uno de sus productos no es difícil, tiene una facilidad para hablar que combinado con el respeto le llega fácil a las personas. Su capacidad de expresión algo parecida a la de Germán permite que le den cualquier moneda, sin haberla pedido. Manifiesta que las noches están llenas de peligros, se ve gente de todo tipo y de carácter que por no decir no moleste, no insista que no le voy a comprar, le pueden terminar propinando una paliza. Su jornada laboral está marcada por largas caminatas de sitio en sitio, habla, conoce a muchos y recibe dinero con el que compra la marihuana. Es inevitable que deje de fumar la hierba mientras trabaja junto a otros conocidos, pero nunca amigos en el mundo nocturno. Asegura que drogarse en la calle puede ser peligroso por eso prefiere dejarlo para la madrugada cuando llega a su casa junto a la compañía de algunos vecinos de clase media que también consumen.
A la una luego de recibir más de 10.000 pesos por su trabajo y con 2.000 de hierba que le vendió un conocido llega al parque que tiene cerca a su morada donde vive con su vieja madre. En ese lugar de prado se deja llevar en su mundo, mientras la brisa de la madrugada penetra sus huesos, las sonrisas empiezan a salir junto a un diálogo incoherente que sólo él en su instante entiende. Reconoce que eso de consumir le trae problemas y más con la policía que son lo que lo siguen y siempre llegan a requisarlo. Minutos más tarde dos policías en moto llegan, al parecer un vecino alertó sobre la presencia de tres personajes en el parque. Le advierten según ellos una vez más que no los quieren volver a ver consumiendo ahí. Los uniformados, Carlitos y sus dos amigos del barrio se marchan con rumbo desconocido.
Un tercer personaje de la noche aparece bien vestido y con su pelo largo, él reconoce no ser adicto así acuda a la droga todas las noches de un fin de semana. Desde ir a comprarlas y consumirlas acompañadas de licor puede ser el camino hacia un inesperado final en una noche de rumba, bohemia o cotidianidad para personas que tal vez algún día no puedan volver a ver un amanecer. A la 1.30 de la madrugada “Mechas” de 25 años de familia con ingresos medio, no quiso entrar a la universidad, espera algún día poder ser narco y tener todo el dinero para darse gusto. Por ahora trabaja en lo que le salga. Junto a un buen amigo rodeado de cervezas en la mesa le dice que ya está prendido y que necesita un tubo. Él recurre a la cocaína cada vez que toma, pero aclara no hacerlo por adicto, no obstante no puede controlar su deseo de consumir, lo hace para poder seguir tomando y recuperarse de la borrachera sintiendo mejoría que denomina pasmarse.
Mechas coge un taxi al que le pregunta si sabe donde venden tubos, en ese momento el taxista es su mejor aliado, acude a uno de ellos que conocen las rutas y los lugares de expendio para comprarlo. Éste lo lleva a una casa sola de la Zona Rosa, pero no abren. Continúa y le ordena al taxista que se detenga en un estanco de este sector. Es el mismo lugar por donde Carlos pasa vendiendo sus manillas y Germán disfruta su mundo de bohemia, tal vez los tres se cruzan pero no se conocen y tal vez nunca serán conscientes de que sus mundos de drogas los hacen compartir una historia similar que como hace visible Alfredo, algún día terminará mal.
Del estanco van rumbo a un barrio popular denominado San Martín, ahí en una casa de rejas y una calle bastante oscura el taxista le pide medio tubo a una pareja que está sentada afuera en la madrugada. Como si nada hubiera pasado y con un silencio que hace la escena tenebrosa, el carro que nunca se apaga sale de la zona por calles angostas y un recorrido enredado rumbo al mismo bar en donde Mechas le hizo la parada. Luego de unos pases como llaman el consumir esto, vomita varias veces y le confirma a su amigo que se siente mejor.
Recuerda cómo una noche mientras compraba su droga fue atracado por dos personas que le quitaron todo y le dieron planazos con un machete. De esa anécdota tiene en su mente el momento que pudo salir corriendo y subirse al taxi que lo esperaba cuadras más arriba. Esa noche con rabia tomó licor sin su dosis por la que casi le cuesta la vida y por la que guarda aún cicatrices. Mechas insiste en que no se cree adicto, que no mete perica por deseo, ni porque lo necesite sólo lo hace para sentirse mejor y aliviar un poco su borrachera para continuar la rumba. Pese a sus reiteradas aclaraciones lo hace cada fin de semana, cada vez que su cuerpo se llena de licor se enfrenta con un viaje de consumo y riegos que implica hasta el ir a comprarlo.
Cuando consume el valor es su mejor compañía, si bien actúa apaciguado podría en cualquier momento con el estado alterado comportarse agresivo y originar una pelea en el sitio donde se encuentra. Si lo miran mal y en su estado estaría dispuesto hacer cualquier cosa para que lo miren mejor, no se dejaría controlar, no actuaría de manera racional, simplemente se dejaría llevar por la ira convirtiendo ese instante en un riesgo inminente. Desde que llegó otra vez al sitio lleva cinco cervezas más y varios viajes al baño donde de forma discreta se droga. Son las dos, cierran el bar y Mechas sale a coger un taxi. Se queda hablando con el conductor como convenciéndolo que lo lleve algún lugar, se sube y se marcha.
El rumbo de Germán, Alfredo y Mechas continúa inmersos en un mundo de riesgos y sentencia hasta que una mala jugada en sus caminos, un momento inoportuno, un paro respiratorio o una sobredosis les quite la oportunidad de vivir. Estos tres personajes todas las noches de un fin de semana tendrán que hundirse en una mezcla entre el licor y la droga. Estas tres vidas ajenas seguirán unidas por una cita para comprar su medio tubo o su medio bareto, una cita nocturna con un mal negocio donde siempre estará en juego y se cruzarán sus existencias sin que se lleguen a conocer.
A las 10.30 de la noche de un viernes Germán camina entre la Zona Rosa junto a carros con el baúl abierto y el sonido de la música que retumba, son múltiples melodías que se mezclan entre los diferentes sitios de rumba. Ahí están hombres elegantes compartiendo con despampanantes mujeres quienes reparten aguardiente y sostienen sus cervezas en la mano. También está Germán, un habitante de la calle que parece no desentonar, aun así sus zapatos rotos y su ropa de segunda no muy bien organizada lo delata. Se acerca a las personas, les pide trago y algunas monedas. Pero no puede acercarse a todos, alguien podría reaccionar mal a su presencia y agredirlo. Su forma de expresarse hace percibir que tuvo oportunidades para salir adelante pero cayó al mundo de las drogas. Este personaje tan simpático y buen hablador afirma haber sido locutor y se declara parte de la familia de adictos como resultado de la mala educación de la sociedad.
Él camina tranquilo porque no ha robado ni delinquido, no obstante sostiene que está expuesto a peligros que ha logrado enfrentar en la calle desde hace 23 años. Con estas palabras se refiere a la calle y a la droga como “una selva de cemento y de fieras salvajes…” así como suena la canción que interpreta Héctor Lavoe que su letra más adelante agrega: donde quiera te espera lo peor. Sus noches son largas, una bohemia entre el licor, la marihuana y la cocaína que disfruta en su caminata con canto o recitando un monologo en voz alta y por el que se ha ganado la fama de loco. Con una alegría en su rostro y con palabras a gritos dice mientras camina por un costado de la calle “la vida es mejor recorrerla libre, volar…” a su vez estira los brazos, y se pierde a la vista entre la oscuridad y el ruido inevitable del sector.
A las 11 de la noche Alfredo pasa por el mismo sector de la Zona Rosa, con una mochila terciada donde guarda un paquete de cigarrillos, manillas y escapularios que él mismo elabora entre semana para venderlos el fin de semana a las personas que disfrutan de la rumba. Él tenía una vida perfecta, a sus 19 años hacía curso para capitán del ejército, pero su mundo y pasión por la marihuana lo llevó a abandonar su carrera. Ahora Carlitos como se conoce tiene 30 años es delgado, de 1.75 y sus facciones física lo podrían caracterizar como un consumidor de droga, efectivamente son las cicatrices del consumo excesivo de marihuana que posan en su cuerpo.
Acceder a sus pretensiones y comprarle uno de sus productos no es difícil, tiene una facilidad para hablar que combinado con el respeto le llega fácil a las personas. Su capacidad de expresión algo parecida a la de Germán permite que le den cualquier moneda, sin haberla pedido. Manifiesta que las noches están llenas de peligros, se ve gente de todo tipo y de carácter que por no decir no moleste, no insista que no le voy a comprar, le pueden terminar propinando una paliza. Su jornada laboral está marcada por largas caminatas de sitio en sitio, habla, conoce a muchos y recibe dinero con el que compra la marihuana. Es inevitable que deje de fumar la hierba mientras trabaja junto a otros conocidos, pero nunca amigos en el mundo nocturno. Asegura que drogarse en la calle puede ser peligroso por eso prefiere dejarlo para la madrugada cuando llega a su casa junto a la compañía de algunos vecinos de clase media que también consumen.
A la una luego de recibir más de 10.000 pesos por su trabajo y con 2.000 de hierba que le vendió un conocido llega al parque que tiene cerca a su morada donde vive con su vieja madre. En ese lugar de prado se deja llevar en su mundo, mientras la brisa de la madrugada penetra sus huesos, las sonrisas empiezan a salir junto a un diálogo incoherente que sólo él en su instante entiende. Reconoce que eso de consumir le trae problemas y más con la policía que son lo que lo siguen y siempre llegan a requisarlo. Minutos más tarde dos policías en moto llegan, al parecer un vecino alertó sobre la presencia de tres personajes en el parque. Le advierten según ellos una vez más que no los quieren volver a ver consumiendo ahí. Los uniformados, Carlitos y sus dos amigos del barrio se marchan con rumbo desconocido.
Un tercer personaje de la noche aparece bien vestido y con su pelo largo, él reconoce no ser adicto así acuda a la droga todas las noches de un fin de semana. Desde ir a comprarlas y consumirlas acompañadas de licor puede ser el camino hacia un inesperado final en una noche de rumba, bohemia o cotidianidad para personas que tal vez algún día no puedan volver a ver un amanecer. A la 1.30 de la madrugada “Mechas” de 25 años de familia con ingresos medio, no quiso entrar a la universidad, espera algún día poder ser narco y tener todo el dinero para darse gusto. Por ahora trabaja en lo que le salga. Junto a un buen amigo rodeado de cervezas en la mesa le dice que ya está prendido y que necesita un tubo. Él recurre a la cocaína cada vez que toma, pero aclara no hacerlo por adicto, no obstante no puede controlar su deseo de consumir, lo hace para poder seguir tomando y recuperarse de la borrachera sintiendo mejoría que denomina pasmarse.
Mechas coge un taxi al que le pregunta si sabe donde venden tubos, en ese momento el taxista es su mejor aliado, acude a uno de ellos que conocen las rutas y los lugares de expendio para comprarlo. Éste lo lleva a una casa sola de la Zona Rosa, pero no abren. Continúa y le ordena al taxista que se detenga en un estanco de este sector. Es el mismo lugar por donde Carlos pasa vendiendo sus manillas y Germán disfruta su mundo de bohemia, tal vez los tres se cruzan pero no se conocen y tal vez nunca serán conscientes de que sus mundos de drogas los hacen compartir una historia similar que como hace visible Alfredo, algún día terminará mal.
Del estanco van rumbo a un barrio popular denominado San Martín, ahí en una casa de rejas y una calle bastante oscura el taxista le pide medio tubo a una pareja que está sentada afuera en la madrugada. Como si nada hubiera pasado y con un silencio que hace la escena tenebrosa, el carro que nunca se apaga sale de la zona por calles angostas y un recorrido enredado rumbo al mismo bar en donde Mechas le hizo la parada. Luego de unos pases como llaman el consumir esto, vomita varias veces y le confirma a su amigo que se siente mejor.
Recuerda cómo una noche mientras compraba su droga fue atracado por dos personas que le quitaron todo y le dieron planazos con un machete. De esa anécdota tiene en su mente el momento que pudo salir corriendo y subirse al taxi que lo esperaba cuadras más arriba. Esa noche con rabia tomó licor sin su dosis por la que casi le cuesta la vida y por la que guarda aún cicatrices. Mechas insiste en que no se cree adicto, que no mete perica por deseo, ni porque lo necesite sólo lo hace para sentirse mejor y aliviar un poco su borrachera para continuar la rumba. Pese a sus reiteradas aclaraciones lo hace cada fin de semana, cada vez que su cuerpo se llena de licor se enfrenta con un viaje de consumo y riegos que implica hasta el ir a comprarlo.
Cuando consume el valor es su mejor compañía, si bien actúa apaciguado podría en cualquier momento con el estado alterado comportarse agresivo y originar una pelea en el sitio donde se encuentra. Si lo miran mal y en su estado estaría dispuesto hacer cualquier cosa para que lo miren mejor, no se dejaría controlar, no actuaría de manera racional, simplemente se dejaría llevar por la ira convirtiendo ese instante en un riesgo inminente. Desde que llegó otra vez al sitio lleva cinco cervezas más y varios viajes al baño donde de forma discreta se droga. Son las dos, cierran el bar y Mechas sale a coger un taxi. Se queda hablando con el conductor como convenciéndolo que lo lleve algún lugar, se sube y se marcha.
El rumbo de Germán, Alfredo y Mechas continúa inmersos en un mundo de riesgos y sentencia hasta que una mala jugada en sus caminos, un momento inoportuno, un paro respiratorio o una sobredosis les quite la oportunidad de vivir. Estos tres personajes todas las noches de un fin de semana tendrán que hundirse en una mezcla entre el licor y la droga. Estas tres vidas ajenas seguirán unidas por una cita para comprar su medio tubo o su medio bareto, una cita nocturna con un mal negocio donde siempre estará en juego y se cruzarán sus existencias sin que se lleguen a conocer.
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