Se ha dicho que cuando se siente, las palabras que llegan a la mente salen de interior, de lo profundo del corazón. Hoy mi corazón habla de sentir el odio que se siembra en el hombre blanco. Han pasado miles de años y se sigue viendo al indio con desprecio, su sometimiento sigue latente. Lo está en el odio presente del blanco que sólo evidencia su arrogancia, sin importar que seamos todos parte de una misma materia, el cuerpo que nos hace humanos.
Estamos dispuestos a humillar para garantizar nuestro bienestar particular, no comprendemos que la felicidad humana está en la alegría del otro y que esta alegría sólo se logra en una relación armoniosa. Compartir nuestro corazón así como el indio comparte su palabra; es dar la mano, brindar el silencio, la mirada y el abrazo. Quitar la arrogancia para limpiar nuestro ser y entregarlo como la naturaleza, libre.
El dolor de un indio es el mismo, tan humano como el del padre de un soldado al que le brotan lagrimas de sus ojos al ver a su hijo muerto por un bala. Es el mismo dolor de una madre que con su voz entrecortada reclama justicia por su hijo asesinado. Es ese mismo dolor que el indígena ha sentido siempre; cada vez que su territorio es atacado a balas o cada vez que como si fueran extraños los miramos con asombro, sin reconocer que entre la diferencia existe un ser que ríe, sueña y llora.
Cómo sembrar el odio en los corazones hacía otros seres, cuando dependemos de cualquier otro ser para ser felices. Siempre he sostenido que cuando un gobierno siembre la guerra, un niño crecerá portando un arma para su defensa, por eso lo primero que debemos hacer es desarmar nuestro corazón. Porque el indio a pesar del dolor es noble y está dispuesto a brindarnos sus manos para caminar con nosotros. Los indígenas están dispuestos a compartir con el blanco, “los hermanos menores”, no sólo el alimento también su pensamiento, su palabra y su vida.
Sé muy bien que los indios no piden la paz, tampoco la compasión; piden que el pensamiento y corazón que tienen en armonía sea respetado y que el valor que le dan a la tierra sea comprendido. Piden que las armas que nos inventamos para matar, sean cambiadas por música, por la danza y el tejido. Que dancemos al sonido de los corazones, “sincronizados” con el sonido de la naturaleza que nos aleje del egoísmo y así tejamos conciencia. Sólo así nos abrazaremos desarmados de verdad, de corazón. Con una lágrima que brote no del ojo que salga de cada parte de nuestro cuerpo cuando estemos sintiendo el abrazo de un ser que sin importa quién sea nos deja entrar en su interior y sentir las pulsaciones del corazón. Porque las verdaderas lágrimas se expulsan cuando comprendemos que el dolor está cargado de esperanza y la esperanza convertida en la acción de reconocernos y aceptarnos como seres conscientes de la inmensidad humana.
Es que la paz es espiritual, no se pide está en el corazón y pensamiento, es ahí donde debemos encontrarla. El indio no pide la paz, ya ellos la encontraron, ahora encuéntrela usted. La voz del indio es ahora de dignidad, de no más guerra que respeten sus territorios sagrados en los que con sus manos podemos caminar, si encontramos nuestra propia paz.
Recomiendo ver estos videos que alimentan la reflexión:
*Palabras de una mujer indígena que con dolor dice la Farc y el Ejército nos pisotean, no más. (Ver video)
*Evidencia el por qué de la justa exigencia de las comunidades del Cauca. (ver video)
*Sobre el odio creado (ver video)
Y leer el mensaja del Cabildo indígena de Cerro Tijeras, con su "No le Estamos Pidiendo"
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